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Canción para mi muerte

Canción para mi muerte Serían 90 centímetros, o tal vez un metro justo.  No podría asegurarlo pero sin dudas que no se conservaba la simetría y menos aún la igualdad de los palos. Estos eran redondos de eucalíptus y sin tratamiento ninguno que los protegiera del tiempo y del clima. Sobre ellos se asentaban las tablas del piso superior, por más que en este momento ello significara el cielo raso del living donde estaba sentado. Frente a la estufa a leña. Repleta de troncos, ardiendo unos, otros en lista de espera. De ellos se desprendía una lluvia de estrellas que le hacía recordar los campamentos de scouts. Entonces las fogatas eran intensas, aunque de alguna manera en esta oportunidad la intensidad estaba también presente. Volviendo a aquellos gloriosos días de la adolescencia donde uno todo lo quería y a poco se atrevía. Recordaba muy bien el rostro de Stella o Estela, no, más bien Stella y sin E al comienzo porque el apellido era italiano. Aquella adolescente del liceo a la que nunca se atrevió a pedirle siquiera una goma o un sacapuntas. En aquellos días había sacapuntas, ahora hay grafos y desde el 03 en adelante, hoy mismo si estuviera en el lugar de uno de sus hijos tampoco podría pedir siquiera un sacapuntas. Pero ¿..ni siquiera una goma para borrar un simple error del pasado en cualquier clase de tercero..?, lastimoso, pensó en un segundo, mientras parte del placer le hacía abrir y entrecerrar los ojos, volvía siempre a abrir el libro del pasado, a las gomas y a los lápices no pedidos, a las fogatas intensas donde sonaban las guitarras con las letras de Sui Generis y las músicas, a veces, parecidas, pero la intención de estar juntos y de canturrear todos en distintos tonos y siempre disonantes por no decir completamente fuera de tiempo y música.Te encontrare una mañana y prepararas la cama para dos recordaba las estrofas con las cuales soñaba con Stella. Todo estaba en entonces bien encasillado, bien estructurado y muy bien soñado, ilusiones. La más querida entonces, la más apetecible y la más deseada de todas ellas Stella preparando la cama para ambos dos.Sintió un roce, una pequeña molestia que le hizo soltar un apenas quejido entre el placer mezclado.Placeres que entonces, con Stella ni siquiera soñó. Entonces, preparar la cama era una escena que aún estaba pegada en sus retinas como algo lúdico, una escena de amor ligada a una canción, ligada a un tiempo muy especial en Montevideo, de una época también especial de restricciones que exigía un refugio. Para él, ese refugio era la cama para dos, pero con Stella, a la que nunca se atrevió a pedir una goma. Vaya si cometió errores en los escritos, en las hojas amarillentas con renglones azulados y donde los errores siempre se notaban, aún borrándolos, como dando muestras de supervivencia, señalando, estoy aquí y sigo vivo.Pensándolo ahora, de esa manera, quizá el entregar sin borrones era para demostrar la valentía que no era capaz de enmendar una goma y no por no atreverse a mirar a su costado izquierdo, algo atrás, precisamente dos bancos atrás donde siempre estaba Stella con sus enormes ojos azules mirando hacía abajo.Pero todo el tiempo de aprendizaje, de escritos entregados sin corregir, fue como los ladrillos que hoy se juntan, uno sobre otros, un pié delante de otro para dar pasos, uno detrás de otro, avanzar, retroceder, recorrer. Caminos que hoy le disponen el presente para disfrutar de esta noche frente a la estufa, con un trago a mano, sin cama para dos, al menos por ahora, sin Stella, seguro y al borde del éxtasis.Ella abre y cierra sus ojos, entra y sale de la escena, va y viene. En ese vaivén Helena levanta de vez en vez sus enormes ojos azules y le mira, arrodillada entre sus piernas, de espaldas al fuego que el ve de frente. Entonces, a él se le da por recordar y recuerda los desatinos de canción para mi muerte mientras Helena le devuelve una sonrisa.

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